Primer acto: la Comisión Europea se reúne en Bruselas en febrero de este año y propone estudiar al gas natural y la energía nuclear como energías para la transición.
Segundo acto: como consecuencia del conflicto entre Rusia y Ucrania la dependencia energética europea sale a flote.
¿Cómo (creo que) se llama la obra? "El gas natural no estaba muerto, ni andaba de parranda"
Déjenme elaborar, por favor, esta conjetura.
Primer Acto.
En los documentos resultantes de la reunión de Bruselas, la Comisión Europea admite que el gas natural es un combustible fósil con un determinado impacto ambiental. Nada nuevo hasta aquí. Sin embargo, también reconocen a este combustible como una fuente de energía útil para la transición "verde". En simple castellano: es malo, pero no tanto.
Segundo Acto.
El año 2020 las exportaciones de gas natural desde Rusia a Europa alcanzaron 282.5 unidades (no se preocupe tanto por estas unidades, lo importante es la comparación relativa y no absoluta) por ductos y a través de LNG. Ese mismo año el consumo de Europa de gas natural fue de 541 unidades. Es decir, el 52% de dicho consumo, el europeo, llegó desde Rusia.
Estas cifras, si bien llamaban la atención de algunas personas, sobre todo de aquellas siempre preocupadas por la autonomía energética, parece que no le quitaron el sueño al consumidor europeo o, debiera decir, al votante mediano europeo. Sin embargo, este segundo acto termina con el conflicto armado ya conocido por todos, precios del gas natural en Europa "por los cielos" y la evidencia, ya puesta sobre la mesa, de la dependencia energética de esta región… de un solo país, sí, de uno solo.
Estos dos actos configuran, desde mi punto de vista, una nueva narrativa en el discurso energético europeo. Una donde: 1) es necesario diversificar las fuentes de abastecimiento de gas natural; 2) el gas natural es útil como combustible de transición hacia una economía "verde", que en simple resulta algo como "consuman no más gas natural, no es tan malo" y; 3) no nos olvidemos de las energías alternativas ya que la autonomía energética no es tan mala. Parece que las reglas de comercio internacional del viejo (y complicado) David Ricardo, del barbudo (e hilarante) Paul Krugman y del académico y ávido consultor Michael Porter, no son suficientes por aquí. Parece que el comercio internacional de energía va más allá de las ventajas comparativas, de la competencia monopolística y de las ventajas competitivas. Algún lector dirá: "pero eso ya se sabía hace muchos años".
¿Quiero decir entonces que Europa dejará de comprar gas natural de Rusia el próximo mes? ¿O el próximo año? No, porque estos cambios demoran años, muchos años. Hay contratos firmados, inversiones realizadas, deudas por pagar a la banca internacional, taxistas europeos que utilizan gas natural, jóvenes que deben cargar su celular para ver los últimos videos de tiktok, es decir, la economía en su conjunto está bien asentada sobre un cómodo sillón ruso, pero que de un momento al otro, comenzó a mostrar algunas espinas.
Entonces ¿Qué podría esperarse? Lo que usualmente sucede cuando la caserita del mercado falla, otras caseritas ofrecen el mismo producto, más barato y sin tanta complicación. Estas otras caseritas bien podrían venir del Asia, América y la propia Europa… sí, del mar del norte. Con relación a esta última opción, la del mar del norte, lo único que se necesita es bajar los decibeles a las preocupaciones ambientales y ¿esto se puede? Yo creo que sí, recuerde el Primer Acto.
Parece que el gas natural no está de capa caída como se pensó. Hoy en día un consumidor gigante desea cambiar de "casera" y muchas oportunidades quedan abiertas. No solo para las nuevas caseritas que venden gas natural sino también, para aquellas que producen otras fuentes de energía.
Que comience la regateo.
El comercio internacional de gas natural: no estaba muerto ni andaba de parranda
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