Nuestras grandes ciudades crecen cada vez más. Especialmente en el centro y zonas de mayor crecimiento de estas ciudades aparecen más edificios, en varios tramos, las calles se tornan en corredores rodeados de altas edificaciones, hay más sombra que sol. La cantidad de casas unifamiliares se reducen, a contrapartida el número de edificios se multiplica al igual que el número de habitantes. Aparecen mayores necesidades de servicios básicos; por ejemplo se requiere más agua, electricidad y acceso a internet, se echa más basura, los canales de alcantarillado se saturan, etc. En varios casos, los árboles y otra vegetación que existía en las calles desaparecen y hasta las calzadas y aceras se deterioran por las construcciones que se realizan en estos espacios. Este asunto que en principio aparece como un tema de un incremento de edificaciones y urbanización, refleja un panorama de mayor complejidad y de serios impactos sociales y ambientales, además que interpela equivocadas interpretaciones de la relación naturaleza-ciudad.
La ciudad moderna sustituye a la ciudad histórica y expulsa a la naturaleza. Con el crecimiento de las grandes ciudades se busca dominar y reencauzar los ríos, se horadan y aplanan montañas y cerros, se usa vegetación artificial, los paisajes se hacen uniformes, se utilizan materiales extraños del lugar, se reducen los espacios verdes, etc. También aparecen signos de insostenibilidad y conflictos sociales; por ejemplo, pobladores forzados a dejar sus sistemas de vida migran del campo a espacios urbanos no destinados, menos preparados para una adecuada habitabilidad; hay pérdida de saberes y culturas, hasta la alimentación cambia, disputan el acceso a servicios básicos, se incorporan a espacios laborales precarios y deben pelear su derecho a la participación ciudadana.
Desde el plano social y ambiental, la urbanización sin planificación ni adecuada concertación social hace que el crecimiento urbano sea, cada vez más, insostenible. Este razonamiento es el fundamento para que el economista mexicano Andrés Barreda defina a este fenómeno como "urbanización salvaje". Este crecimiento desmesurado tiene efectos en las ciudades y áreas rurales, y tendrá mayores consecuencias en los años venideros, como menciona el economista italiano Giuseppe De Marzo, "Del 2020 al 2030, aproximadamente el 80% de la población mundial vivirá en las grandes ciudades, provocando el crecimiento de las zonas periféricas, fenómeno ya presente en diversas partes del mundo debido a la fuerte concentración de la tierra en manos de las grandes corporaciones internacionales y a la expulsión de los productores agrícolas pequeños y medianos". Aún más, la región más urbanizada del mundo es América Latina y el Caribe, donde casi un 80% de su población vive en zonas urbanas.
Es la oportunidad de replantear los paradigmas de crecimiento, equidad y bienestar poblacional, propiciando la interacción e influencia de la naturaleza y sus servicios ecosistémicos con el desarrollo urbano. Se tiene que dejar de pensar "con cabeza de cemento", es decir, dejar de considerar que el bienestar se asienta únicamente en construcciones de cemento. Es necesario que las ciudades puedan generar el vivir bien, reconociendo el origen y la identidad cultural de sus habitantes, los de la propia ciudad y de los migrantes, creando condiciones para la disponibilidad de agua, de aire con calidad, de servicios básicos adecuados, de educación y salud pertinente en lo cultural y relevante en lo social. La expansión urbana tiene que ser planificada y debe respetar los derechos de la naturaleza, así como prever acciones concretas para el tratamiento de aguas residuales y residuos sólidos, y la generación de salud ambiental. La estructura ecológica se debe incorporar como principio del ordenamiento territorial, reconociendo las dinámicas de ciudad- región en la provisión de agua, alimentos y materias primas. Considerando que Latinoamérica y el Caribe es una región con mayor biodiversidad del mundo, las ciudades de esta región deben liderar este cambio de paradigma hacia el urbanismo ecológico.
En todo esto, los municipios tienen que dejar sus roles tradicionales y asentarse en la diversidad, creatividad e innovación para desarrollar soluciones que propicien equidad, sostenibilidad ecológica, bienestar y participación local. ¿Será que los municipios y la ciudadanía se animen a cambiar?
'Urbanización salvaje'
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