La geopolítica en la guerra de Ucrania


La mayor parte de los estudios sobre geopolítica, desde sus primeras formulaciones hace más de un siglo hasta la actualidad, coinciden en que el nudo clave del control mundial o al menos el que corresponde a la gigantesca isla tricontinental formada por Asia, África y Europa se encuentra en la región euroasiática desde el Mar Báltico hasta el este del Mar Mediterráneo, cruzando el Mar Negro y países como Bielorrusia, Ucrania, Turquía o Siria e Israel.

La guerra actual desatada en Ucrania como centro de combate y control estratégico entre la Unión Europea (UE), aliada a Estados Unidos, frente a la Federación Rusa, obedece a la premisa de que quien controla este país tiene predominio en una zona fundamental en aspectos económicos, comerciales, transporte, políticos, militares y de recursos naturales. Estados Unidos y la UE impulsaron desde los años 90 del pasado siglo, y con mayor fuerza desde el golpe de Estado de 2014 contra el presidente Viktor Yanukovich, con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a la cabeza, el control de Ucrania, amenazando directamente el espacio vital y zona de influencia de Moscú.

Este choque se produce cuando el unipolarismo estadounidense, vigente los últimos 30 años, ha terminado y cuando la multipolaridad se impone velozmente tanto por la fuerza que aún tiene la UE como por el ascenso vertiginoso de China, que en los últimos 20 años se ha convertido en la primera potencia comercial y económica; el ascenso económico de la India; y el músculo militar, de recursos naturales y económico de Rusia. Asimismo, no es desconocido el poder internacional conseguido por Irán, Israel y Corea del Norte, este último realizando pruebas balísticas de armas potencialmente nucleares.

Los antecedentes históricos del siglo XX llevan a hacer referencia a las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), la Revolución rusa (1917) y la Guerra Fría (1947-1989) como procesos que ordenaron y reordenaron las relaciones internacionales contemporáneas. La Guerra Fría implicó, desde 1947, el enfrentamiento multidimensional entre las dos potencias triunfantes: Estados Unidos impulsando el proyecto económico del Plan Marshall, supeditando a los países de Europa occidental y encabezando el pacto militar de la OTAN, y la Unión Soviética con el Consejo de Ayuda Económica (Comecon), controlando a los países de Europa oriental y el Pacto de Varsovia, el acuerdo militar para enfrentar a la OTAN.

El fin de la Guerra Fría se produjo entre 1989 y 1990, con la catástrofe de la URSS, que fue sacudida por aspectos internos, como la burocracia con un poder concentrado, la corrupción en las cúpulas y las reformas capitalistas; y por aspectos externos, como las campañas por los Derechos Humanos y la vigencia de la democracia liberal.

En ese nuevo contexto Estados Unidos, liderizando la OTAN, destruyó y balcanizó Yugoeslavia en 10 países, invadió Irak, Siria, Libia, Palestina (apoyando a Israel), Afganistán y continúa el asedio sobre Irán y Corea del Norte, considerando la posibilidad de que se conviertan en potencias nucleares. Sin embargo, durante las últimas dos décadas Rusia fortaleció su poder atómico y económico y equilibró fuerzas bélicas con Estados Unidos.

Varios países de América Latina y el Caribe aprovecharon las coyunturas de las guerras mundiales interimperialistas para impulsar procesos nacionalistas y populares y su desarrollo industrial sobre la base de la neutralidad y la "tercera posición". En los primeros años del siglo XXI nuestra Región consiguió, en la multipolaridad internacional, la mejor performance al tener un peso propio a nivel mundial con los procesos de integración emancipadora con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Sociólogo y docente de la UMSA.