Por qué creer en el fútbol?


Díganme ustedes, ¿qué manifestación, qué acontecimiento o que actividad es capaz de unir a los bolivianos más que la selección de fútbol? La religión, no; la política, no; el carnaval, no; la bandera, no; la wiphala, no… Quizás la patria.

"¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales", decía Eduardo Galeano.

"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", insistía el escritor uruguayo.

Muchas frases más para hacerle homenaje a ese deporte inventado en Inglaterra, como aquella poesía que nos plantea un dilema: "¿Usted cree en el fútbol? Nosotros cono toda el alma". Sí, con toda el alma.

Admito que nunca fui un buen jugador de fútbol, por más que mi papá —otrora considerado uno de los mejores exponentes de este deporte en mi pueblo, Turco— porfiara siquiera por que sea un arquero o mi ímpetu fallido.

Aprendí a querer el fútbol leyendo El Gráfico del Mundial Argentina 1978, que me prestaba el hijo del tío Justo, Sergio, a quien ayudaba a "surfilar" pantalones en su sastrería, y la revista de Tahuichi dedicada a su equipo campeón del Sudamericano de 1980, cuyos tres ejemplares ¡del mismo número! fueron mi "salario" de mesero en la pensión de don Gilberto, adonde me había confinado mi padre.

¡Cómo disfrutaba de esas lecturas siendo un mala pata y pequeño!

Fue el fútbol que me llevó a mis primeras armas en el periodismo, coincidente con los años de gloria de San José campeón en 1991 y 1995, cuando recalé en el programa de radio San José, ¡la gran emisora de los mineros en Oruro!, de mis grandes amigos y colegas periodistas Alberto Pereira y Saúl Gutiérrez.

Un cuñado mío, otro gran futbolista, Portugal (acabamos de llorar con él, mi hermana, sus hijos y nuestra familia la partida de Laurita), se sorprendió cuando le comenté que iba a estudiar Comunicación Social y dedicarme al periodismo. Pero —dice— se quedó con la boca tapada cuando me escuchó como comentarista de la radio en los partidos de mi querido San José.

Era el fútbol que me inspiraba. Y, cierto, no voy a jactarme de haberme codeado con las estrellas del deporte mundial, pero tuve la suerte de hablar con Bochini, Pasarella, Galarza, Quinteros, Borja… y tantos otros.

Ahora que San José quedó fuera de los torneos de la División Profesional, no por su mal desempeño sino por la desastrosa administración de su dirigencia, el fútbol sigue en mí. Igual sigo a Bolívar, Always Ready, París Saint Germain o Barcelona. Es el aire que respiramos muchos de los mortales del planeta, a pesar de las decepciones que hacen trizas los sueños de cada previa de los partidos.

Hace unos días, ante la posibilidad lejana de que Bolivia llegue al Mundial Qatar 2022, confiaba en que la selección le gane o le empate a Venezuela en Barinas; ni imaginaba la goleada que nos trajeron el ídolo Martins y sus compañeros. Ayer, cuando esperamos que los nuestros se sacudan de la vergonzosa derrota del viernes, tropezamos igual ante Chile, al que debimos ganarle por orgullo geopolítico.

Quizás nos quedemos con la bronca de la eliminación en estas Eliminatorias, pero el fútbol sigue: hay Messi, hay Enoumba o hay Haaland. Hay Brasil, Argentina, España, Manchester City Tomayapo u Oruro Royal. Hay fútbol.

Siempre estaremos ilusionados con nuestro equipo, siempre creeremos que Bolivia puede llegar —otra vez— a un Mundial. Nos toca ver el torneo por televisión y, en mi caso, apoyar a mi San José en el fútbol de la Asociación de Oruro. Creer que volveremos a intentarlo.

Eso sí, hay que pensarlo desde abajo para estar algún día arriba. Y en esto tienen mucha responsabilidad los dirigentes. Que la pelota no se mancha, diría D10S.

Hay que creer en el fútbol, y en nuestra selección; no hay algo más que nos una.