García Linera sobre la relación Arce- Evo: No hay competencia, hay una concordancia entre un liderazgo político y uno social

“No ha sido fácil encontrar una convivencia entre estas fuerzas. Fue complicado y por prueba y error. A veces desencuentros, a veces Evo piensa que todavía puede actuar como presidente cuando ya no lo es. A veces el presidente Luis tomando ciertas decisiones sin haber acordado o consultado previamente con el líder de las organizaciones sociales. Pero esas asperezas necesarias encontraron un cauce", afirmó.

El exvicepresidente del Estado, Álvaro García Linera, concedió una entrevista al portal ‘Perfil’ de Argentina, en el que, entre otros temas, se refirió a la relación entre el actual mandatario del Estado boliviano, Luis Arce, y su antecesor y actual líder del MAS, Evo Morales. García, en ese sentido, reconoció que al principio de la gestión de Arce hubo discrepancias con Evo ya que fue “difícil” encontrar una concordancia entre el poder político- gubernamental de Luis Arce y el liderazgo social de Morales. “No ha sido fácil encontrar una convivencia entre estas fuerzas. Fue complicado y por prueba y error. A veces desencuentros, a veces Evo piensa que todavía puede actuar como presidente cuando ya no lo es. A veces el presidente Luis tomando ciertas decisiones sin haber acordado o consultado previamente con el líder de las organizaciones sociales. Pero esas asperezas necesarias, normales, en un proceso tan rico, tan potente como el boliviano, encontraron un cauce. Ahora estamos ante un momento de regularidad. Hay un presidente del Estado que toma decisiones efectivas y gubernamentales con total autonomía y un líder social que, en momentos específicos, se reúne con el presidente y los sectores sociales y se va creando una relación de jerarquía y de coordinación”, aseveró García. También se refirió a su rol dentro del anterior Gobierno de Morales y analizó a los gobiernos de izquierda de la región. Mira parte de la entrevista: ¿Cómo es hoy la relación entre Evo y Luis Arce? ¿Y la suya? Este es un tema muy interesante y complicado. Luis Arce ganó con el 55% de los votos, una victoria transparente y legítima de él y su vicepresidente, el compañero David Choquehuanca, cabeza de una alianza de movimientos sociales. El MAS es una confederación flexible y negociada de movimientos y actores colectivos. No es tanto un partido. Tiene muy poco de partido y tiene más de confederación y organización social. Y tiene usted al líder carismático de esos que surgen cada cincuenta años en la vida de un país, que es Evo Morales. Despierta las emociones de la gente. En la última movilización en La Paz, en diciembre, se movilizaron casi un millón de personas. La gente venía a saludar a su papá. Eso decían. Y cuando alguien te dice que eres parte de su familia, te dice: “Vengo a ver a mi papá”. Se incorporó en la sangre. Esa es la relación emotiva que hay entre Evo y la gente del pueblo. No la tiene ningún otro líder social en Bolivia. Tiene usted ahí un líder carismático en ejercicio de sus funciones, y encima presidente del instrumento político de los sindicatos. No ha sido fácil encontrar una convivencia entre estas fuerzas. Fue complicado y por prueba y error. A veces desencuentros, a veces Evo piensa que todavía puede actuar como presidente cuando ya no lo es. A veces el presidente Luis tomando ciertas decisiones sin haber acordado o consultado previamente con el líder de las organizaciones sociales. Pero esas asperezas necesarias, normales, en un proceso tan rico, tan potente como el boliviano, encontraron un cauce. Ahora estamos ante un momento de regularidad. Hay un presidente del Estado que toma decisiones efectivas y gubernamentales con total autonomía y un líder social que, en momentos específicos, se reúne con el presidente y los sectores sociales y se va creando una relación de jerarquía y de coordinación. Uno es el poder político gubernamental y otro es el poder social. Y entre ambos no hay una competencia, como a veces sucedió al principio, sino que hay una coordinación más o menos regulada cada 15 días, cada mes. Inventamos nuestro propio método boliviano de coordinación. En mi caso, lo que hago es mantener una relación con el compañero Evo, con el presidente Evo, regularmente en torno a ciertos temas de formación política, y con el presidente Luis, a quien respetamos y apoyamos mucho, hacemos breves encuentros o mensajes sobre algún tipo de tema que pudiera ayudar a la gestión. Es la manera de apuntalar nuestro proceso. No estamos siguiendo un modelo, no tenemos a quién copiar sobre cómo coexistir. Sobre los matices del progresismo, usted dijo: “Tienes desde miradas más moderadas que cumplen este mínimo común denominador y se quedan ahí, hasta progresismos más radicalizados que plantean protagonismo productivo del Estado mediante nacionalizaciones de determinados sectores estratégicos de la economía y movilización como modo de gestión de la administración del Estado”. ¿Eso explica también los matices entre Luis Arce y Evo Morales? Una diferencia tiene que ver con las personalidades. Esencialmente, lo que incide son los momentos históricos. En la gestión gubernamental de Evo, emerge y cabalga una gran movilización social. Deviene de procesos insurreccionales y semiinsurreccionales que se dieron en Bolivia desde 2000 hasta 2008. El gobierno de Evo está en medio de esos procesos de gran efervescencia y ruptura social, callejera, popular, plebeya, campesina, indígena. Esto establece un radicalismo inevitable. La primera ola progresista en América Latina duró desde 1999 hasta 2014. A eso sucedió una contraola reaccionaria de 2015 a 2019. Ahora estamos en una nueva oleada progresista de 2019 a 2021. El triunfo de los gobiernos de México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras, Chile recientemente lo demuestra. Esta segunda oleada, en el caso de Bolivia, no viene en medio de una gran ola de movilización social. Llega en medio de una gran resistencia de los derechos conquistados en la primera oleada. La sociedad está en momentos distintos. Eso define las características del gobierno de Luis Arce y también de esta segunda oleada progresista. Yo no lo reduciría meramente a un tema de temperamento ni de individualidad de los líderes, sino también a que las sociedades están en una etapa como más fría, menos movilizada. Saco de esta lectura de la segunda oleada a aquellos países que recién entran a la primera oleada, como Chile. Su gobierno entra con una gran movilización social. Se vio en 2019 y 2020, y ahora electoralmente. Veremos qué sucede con el gobierno de Gabriel Boric. Pero México, Argentina, Honduras, Bolivia, son gobiernos progresistas que no están en medio de una gran hiperefervescencia popular, que obliga a los gobiernos a tomar grandes decisiones y a una gestión de gobierno más radical. ¿Cuál es el rol que le cabe a un vicepresidente y cómo fue su experiencia en Bolivia? La experiencia tuvo que ver con una relación bastante personal entre Evo y yo. Por lo general, las vicepresidencias, en Bolivia, en buena parte del continente donde las hay, están caracterizadas por ser la persona que suple al presidente cuando no puede ejercer la función temporalmente. Así fue en Bolivia. Sin embargo, cuando entramos con Evo al gobierno, él toma una decisión: que yo sea copartícipe de la gestión. Evo me hace copartícipe de la gestión tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo y en lo cotidiano. Mi posición era acompañar la gestión en la perspectiva de hacer que el primer presidente indígena tuviera el mejor desempeño posible. Buscaba y se esforzaba por sostener lo mejor que se pudiera la gestión del presidente indígena. Compartimos con Evo la gestión ejecutiva. Es la confluencia de su decisión y la mía. Nos distribuíamos tareas en función de tiempos y de posibilidades, de tal manera que el vicepresidente acompañaba y cogestionaba como el presidente las decisiones ejecutivas más pequeñas, más simples, más grandes, a la vez que coordinaba en el Legislativo. Se trata de una experiencia muy particular, que difícilmente se pueda replicar en otros lugares. Responde a un orden institucional, y a la decisión tanto del presidente como del vicepresidente. Un presidente que quiere una compañía en la gestión presidencial y un vicepresidente que no busca la presidencia, sino que busca hacer que la presidencia del primer presidente indígena sea lo más destacable posible en la historia. En una entrevista conjunta con usted en Argentina, Evo Morales dijo: “Aunque la derecha nos quiso enfrentar, nunca pudieron hacerlo”. ¿Cómo fue ese proceso? En Bolivia, todo vicepresidente espera ser algún rato presidente. Eso es lo que pasó en la historia. Y un presidente, si bien elige su fórmula de compañía vicepresidencial, siempre está cuidándose y precautelándose de su vicepresidente. En cierta manera, está “serruchando al presidente” para sustituirlo. No era mi caso. La oposición pensó que podría meter una cuña entre nosotros, como en las gestiones anteriores. Especularon con mi ambición y se encontraron con una muralla. Con alguien muy feliz y orgulloso de ser el segundo a bordo. Mi objetivo personal y de vida era que hubiera indígenas gobernando Bolivia. No soy indígena: no podía sustituir al presidente, entonces busqué siempre que tuviera la mejor función y el mejor desempeño posible. ¿Cómo definiría usted la lealtad? Tanto Evo como mi persona venimos de las luchas sociales. Él del mundo sindical, agrario, indígena y campesino, y yo de las luchas guerrilleras, primero con el mundo indígena en los años 90 en el altiplano aymara, pero luego de involucramiento continuo con las luchas obreras y campesinas. Ambos hemos compartido este primer elemento básico, que es el conocimiento y compenetración con la acción colectiva y las luchas sociales. Es un elemento que permitió un acercamiento, una afinidad estratégica. En lo personal, como Álvaro García que acompaña a Evo, la convicción firme que arrastro desde hace cuarenta años es que Bolivia tiene que ser gobernada por indígenas, que son la mayoría de mi patria, el núcleo de la nación, la fuerza más vital de regeneración moral, política y organizativa de la sociedad boliviana. De mi parte, no había la menor duda de que quienes tenía que tomar las decisiones eran los indígenas. Y uno, como revolucionario, como socialista, acompañar que esa gestión sea lo más destacada posible. No hubo por parte del vicepresidente de Evo ni un átomo de expectativa de sustituirlo. Implicaría ir en contra de mis propias convicciones. Deberían gobernar, aun con los errores de toda nueva experiencia. Esta renuncia estructural a cualquier expectativa de ser presidente ayudó a un encuentro sincero, directo y puro con Evo para que pudiéramos llevar adelante la gestión gubernamental. ¿La gestión en Bolivia podría calificarse más de socialdemócrata que de marxista? El marxismo no es un modelo de sociedad. No hay un modelo de Estado ni un modelo de economía. La socialdemocracia sí se convirtió en un proyecto de economía, de Estado y de sociedad en el caso de Europa. La influencia marxista en el caso boliviano estuvo marcada por la manera de entender los procesos, de las fuerzas motrices movilizadas, los horizontes probables de transformación social. Ahí estuvo la influencia marxista. Soy marxista declarado y descarado desde que tengo 15 años. Fui vicepresidente y jamás he abjurado de mi apego al marxismo. Fue lo que me permitió entender y articular lo indígena con lo obrero, algo muy singular de Bolivia. Pero en términos de estructura societal, se encontraron analogías con la experiencia del Estado de bienestar europeo en términos de ampliación de derechos, de papel del Estado, de distribución de la riqueza. En otras cosas se buscó ir más allá que la experiencia socialdemócrata. En particular, en la desracialización de la gestión estatal, de las relaciones sociales, económicas y políticas. Fue a través de la incursión del indígena como sujeto de la hegemonía y de la dirección de la nación boliviana, algo novedoso que se distancia de la experiencia socialdemócrata y la radicaliza. A eso se suma la búsqueda de formas de una economía comunitaria que vaya más allá del capitalismo, de la economía neoliberal. Esta búsqueda de un poscapitalismo no la experimentó Europa. Bolivia, con dificultades, con avances y retrocesos, buscó líneas de acción poscapitalistas, apoyándose en las experiencias de las comunidades agrarias y campesinas indígenas. Esto fue en cuanto a la perspectiva de las formas de economía, de gestión de la economía, de lo social. Se intentó radicalizar la experiencia socialdemócrata de inicios del siglo XX.