A propósito de la generosa invitación de uno de los periódicos que acogen esta columna, para elegir al "personaje del año", me quedé rumiando los nombres que de modo espontáneo vinieron a mi cabeza. Ninguno de los cuales fue el más popular, ni menos arrasó en la votación. Como sé que no hubo cortes de luz sospechosos en el rotativo al momento del conteo, no denunciaré fraude. Quien sí hizo explosionar la urna (por la cantidad de votos acumulados) fue la presidenta de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, Amparo Carvajal.
Dicen que cuando se emite una opinión respecto de alguien o algo y a la mitad de esa apreciación surge un "pero", lo que se dijo antes de ese "pero" desaparece y solo cuenta lo que le sigue. Así que empezaré mi valoración (que poca relevancia tiene) de modo inverso. Y es que no recuerdo un activismo férreo de Amparo durante el infame ejercicio de poder del exministro de Gobierno Arturo Murillo, quien por un año compensó el imperdonable olvido de Papá Noel aquella Navidad en la que, de niño, esperó impaciente e inútilmente al Comandante Cobra, el muñeco que lo ayudaría a acabar con sus enemigos. No retengo (aunque quizás sí las hay) ninguna imagen de Carvajal reclamando en la puerta de alguna cárcel la liberación de los detenidos "preventivamente" por la pura consagración de la megalomanía (tan propia de nuestros ministros del rubro) de Murillo. Peeero, pese a esa pequeña atrofia en el sentido de justicia, Amparo Carvajal es una persona, sobre todo, valiente y persistente. Y al final de cuentas, el reconocimiento abarcaba -según las bases del concurso- a los sobresalientes del 2021. Año en el que vimos a la octogenaria enfrentarse al poder -este que también goza con los presos políticos por montones- bastón en mano y con la dignidad bien puesta. No hay vuelta, el galardón quedó nomás en buen sitio.
Aun así, vuelvo a mis tres nominadas: Camila Velasco, ingeniera espacial que formó parte del equipo del proyecto Perseverance que construyó la SuperCam (el telescopio con una cámara láser que ha permitido saber si hay presencia de moléculas en Marte) y cuyo nombre está inscrito en la placa adherida a la cámara que permanecerá en el "planeta rojo" por mucho tiempo; Daniela Cajías, directora de fotografía que ganó el Premio Goya a la mejor dirección de fotografía por su trabajo en la película Las Niñas; y la jefa de cocina del restaurante Gustu, Marsia Taha, nombrada Chef Femenina Revelación de América Latina por la prestigiosa lista Best Restaurants.
Es probable que mi lista se haya entendido como un manifiesto feminista. Mis candidatas no solo son bolivianas, sino que son, "sobre todo", mujeres. Lo cierto es que las elegí no por ser mujeres, sino porque las tres son personas exitosas, con capacidades y habilidades propias que no pueden sino capturar emociones de orgullo. Las tres sobresalen por distintos motivos, ninguno de ellos poseer un útero. Esas profesionales de lo suyo –de cuyos reflectores han intentado aprovecharse personeros del Gobierno, mientras les soplaban al oído sus nombres por primera vez- están donde están por un esfuerzo desmedido que comienza a ser redituable.
No me fío de la discriminación positiva. Esa que, en una aparente acción afirmativa, pretende políticas con el fin de aumentar la representación de ciertos grupos en función de su género, raza, nacionalidad, etc. Pues detrás de esas prácticas solo veo un paternalismo que bien podría ser más inmoral -por su impostura- que cualquier otra muestra de segregación o menosprecio. Creo, en cambio, en la apertura de oportunidades; en la generación de espacios para la formación en cualquier ámbito; en la creación de más subsidios académicos, etc. Solo así habrá más de los nuestros en las listas de los grandes. Mujeres, hombres, mujeres…
Presumo que a Camila Velasco no le otorgaron una beca para estudiar en Francia porque con ello se cubría la cuota femenina. Ni la contrataron en el Instituto de Investigación de Astrofísica y Planetología (desde donde se envió el robot a la NASA) para cumplir algún rito del movimiento de la corrección, que exige ciertos porcentajes de participación. Dicho sea de paso, intuyo que esa extraña sobreprotección resulta de la desconfianza del movimiento en sus congéneres, a quienes no suponen capaces de ocupar espacios sino es mediante la intimación.
Dudo que a Cajías le regalaran el premio más importante de España dedicado a las artes y ciencias cinematográficas solo para fanfarronear que la distinción caía por primera vez en una mujer. Y sospecho que, aunque Marsia Taha ganó en la categoría femenina, su renombre no es producto de la condescendencia de la revista británica (dedicada a las tendencias gastronómicas mundiales).
Últimamente me ha tocado participar en coloquios o festivales en los que soy la única mujer de la testera. Y ya no puedo –a diferencia de lo que sucedía antes- confiar del todo en que estoy ahí por alguna cualidad intelectual que los organizadores pudieran hallar en mí. Mi sensación por momentos, es la que debe tener una espuma de esas que rellenan cojines. ¿Cómo se sentirán las mujeres que ocupan cargos destinados exclusivamente a ellas sabiendo que no están preparadas para asumirlos?
Pretendo autoconvencerme de que ni la NASA, ni la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, ni la empresa William Reed Business Media del Reino Unido, ni menos quienes eligieron a Amparo Carvajal personaje del año, han acomodado los nombres de estas cuatro admirables mujeres (o de otras) manipulando una expresión de condescendencia. Si fuera así, habrán reforzado el hecho de que muchas, como yo, empecemos a sentirnos utilizadas para calmar culpas fingidas.
Mujeres talentosas entran sin cuota
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