Al escucharlo recordé la agenda de propuestas de políticas públicas desde las juventudes, iniciativa de líderes jóvenes de nuestro país en un esfuerzo multipartidario que buscaba incidir en las ofertas electorales de las principales organizaciones políticas. Planteamientos de temas algunos ya reconocidos pero expuestos con una radicalidad sin retorno y otros temas-tabú que desencajan las políticas legitimadas, estuvieron presentes también en el discurso de Gabriel Boric una vez reconocido su triunfo electoral, anticipando no solamente un cambio de gobierno sino señales de renovación de la política.
Entre otros temas planteados por las organizaciones de jóvenes en el país está el empoderamiento de las mujeres para poner fin a la discriminación y todas las formas de violencia, explotación y acoso. También proponen el reconocimiento de las diversidades sexuales, así como el ejercicio de los derechos de las naciones indígenas y pueblo afrodescendiente. En otro orden plantean la erradicación de la extrema pobreza, la alimentación sana y saludable con un enfoque de soberanía alimentaria, la buena vecindad y un ambiente emprendedor para el desarrollo de actividades económicas diversificadas. Tema central es el acceso, la promoción de la innovación y el desarrollo científico tecnológico, junto con la sostenibilidad y cuidado del medio ambiente con resiliencia al cambio climático protegiendo la diversidad biológica y los ecosistemas, así como la utilización de fuentes de energía limpia y sostenible. Y, como mecanismo de gobernanza, los gobiernos abiertos y participativos.
Proveniente de los movimientos estudiantiles que resquebrajaron certezas para contribuir al proceso constituyente que está viviendo Chile, Boric luego de saludar en mapuche, rapanui y aymara, reconociéndose heredero de las luchas por la justicia social, la democracia y la protección de las libertades, enfatizó en temas como el poder de las mujeres en su derecho al voto y de decidir sobre su propio cuerpo, comprometiendo dejar atrás el patriarcado. Dejó bien sentada su apuesta por los derechos humanos como un compromiso inclaudicable, la inclusión de los pueblos originarios y su derecho a mirar el mundo desde otras perspectivas lingüísticas y culturales, además de la defensa del ambiente por un país verde y la lucha contra el cambio climático. También hizo referencia a los derechos ganados por la disidencia y las diversidades sexuales y evidenció su tendencia al consenso y los acuerdos amplios con un sentido de responsabilidad por cambios estructurales sin dejar a nadie atrás, además de comprometerse a fortalecer el Estado para garantizar los derechos básicos de los ciudadanos.
Ciertamente, el reciente triunfo electoral de Boric en Chile, no es solamente la expresión de un giro gubernamental de la derecha a la izquierda, ni representa tan sólo una recomposición de la izquierda tradicional. Es en muchos sentidos la representación de nuevos modos de hacer política, en un contexto de superación de ciclos históricos donde se están desdibujando los referentes tradicionales de la cohesión social y donde las institucionalidades están volviéndose caducas para entender las demandas sociales y ofrecer alternativas a los nuevos temas y movimientos.
En estos ambientes, las juventudes que reivindican sus derechos se construyen como actores sociales y políticos, impulsando movimientos que se agrupan y se desagrupan en redes que desbordan los límites geográficos del Estado-nación, para constituirse en culturas juveniles, concepto propuesto por Rossana Reguillo para definirlas como un conjunto heterogéneo de expresiones y prácticas socioculturales con múltiples referentes que provocan un desfase, implosión o quiebre del sistema, poniendo en crisis los metarrelatos dominantes, al mismo tiempo que sientan las bases para refundar pactos sociales pluralistas.
Los movimientos de las juventudes están aportando en la definición de diversas transiciones como las que van desde las causas concretas hasta los cambios estructurales, articulando lo local con lo global y lo inmediato con lo estratégico para forjar políticas no solo desde los grandes postulados, sino desde las demandas concretas y cotidianas. También provocan transiciones desde las individualidades hasta las apropiaciones colectivas, en una dinámica envolvente de un mundo hiperconectado. Otro campo de transiciones va de la mano de la exigibilidad de los derechos con acciones que hacen migrar la indiferencia hacia la movilización por conquistas sociales.
El hecho que no siempre opten por prácticas, formas de agrupación y proyectos políticos establecidos, no significa que no hagan política. A su manera, los millennials están definiendo nuevos sentidos de lo político desde una conciencia planetaria que explica sus demandas locales articuladas a transformaciones globales, también desde causas que se convierten en sus banderas de lucha, o desde sus protestas que pueden tocar a gobiernos o instituciones locales, así como a las grandes transnacionales y los poderes nacionales. También hacen política desde sus eficaces formas de autoconvocatoria y a partir de la radicalidad democrática que los emparenta virtual y presencialmente en la exigibilidad de sus derechos.
No se pueden generalizar miradas estereotipadas que hacen ver a las juventudes como un estamento despreocupado por la política, porque cuando activan sus mecanismos de organización y encuentro sociocrático hecho de articulaciones y pactos horizontales, contribuyen a reconceptualizar y enriquecer la política misma y la democracia y, faltaba más, porque ya han iniciado su responsabilidad histórica de ser gobierno.
Millennials en el poder
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