Cuando Evo Morales fue derrocado en 2019, un colega sugirió a la Redacción que aquel debía quedar proscrito en la cobertura periodística. Cuando le refutaron por qué, dijo que políticamente había muerto, que no era ni fuente ni factor que incida en la marcha del país. No, Morales va a haber siempre, a pesar de los periodistas.
La mañana del 12 de noviembre de 2019 llegó a México, el mandatario dimisionario comenzó a hablar, y nunca dejó de hacerlo. Antes de aterrizar en Buenos Aires, el 11 de diciembre, el entonces presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, le propuso asilarlo: "Acá en Argentina muévete con libertad, haz lo que tienes que hacer". Y así fue.
No hubo días en que dejara de hablar; siempre como fuente de declaraciones o factor de reacciones políticas. Aunque no diga ni haga nada, siempre se ocupaban de él: los medios, sus detractores o los académicos.
En Buenos Aires, junto con sus correligionarios, construyó las candidaturas de Luis Arce y David Choquehuanca, y desde allí dirigió la campaña masista de la redención.
Cuando el MAS ganó las elecciones, recuperó aliento y comenzó a hablar más fuerte. Y al retornar a Bolivia, al día siguiente del juramento de Arce, el hombre se disparó.
No estaba proscrito ni muerto políticamente. Siempre estuvo/está vigente. Siempre (in)oportuno, incómodo, soberbio, polémico, torpe, mordaz, directo… sin tapujos.
Y su palabra es ley, para bien o para mal; siempre comidilla de los medios de información, de los periodistas y sus detractores.
Hace poco, antes que Luis Fernando Camacho lo planteara, desempolvó de la nada la propuesta de federalismo al plantear "un debate sincero" e incluso la posibilidad de un referéndum con ese fin. Una vez que el gobernador de Santa Cruz le hiciera el juego, Morales viró en su criterio y consideró a la iniciativa de separatista.
En las últimas semanas, con la convocatoria a la "Marcha por la Patria", su protagonismo hasta ensombreció a Arce. Las malas lenguas dijeron que la multitudinaria movilización fue convocada con el objetivo de lavarle la cara a Morales, en recurrente cuestionamiento por su papel de la crisis poselectoral de 2019 —Carlos Mesa no deja de llamarlo "el dictador fugado"— y sus affaires personales.
"Que no provoquen al movimiento indígena, vamos a defender nuestro movimiento; les decimos públicamente (…): esta marcha no termina aquí", desafió en el mitin de la movilización que terminó en La Paz.
Y, claro, la marcha estuvo convocada con el fin de contrarrestar el protagonismo cívico de la última movilización contra la ahora abrogada Ley 1386 y en respaldo al gobierno de Arce, afectado por sus iniciativas legales.
Insaciable en el discurso duro contra sus adversarios y políticamente ambicioso, Morales no deja de copar el debate político, aun a costa de sus seguidores y correligionarios. O en Kawsachun Coca o en sus redes sociales.
Acaba de causar incomodidad en el oficialismo y el gobierno de Arce con su propuesta de un encuentro con la oposición y los empresarios para la discusión del programa de gobierno. Lo digo "con cierta autoridad", dijo.
No es el presidente del país, pero parece olvidar su rol de exmandatario.
Es imparable. No va a cesar en su protagonismo político; su influencia política mantiene a su partido en permanente actividad orgánica: movilización, talleres y organización.
Seguirá siendo noticia, así sea para atacarlo o generar repercusión sobre sus acciones. Seguirá transitando entre el bien y el mal, entre el odio y el amor; se alimenta de eso. A pesar del cansancio de su militancia sobre sus dislates, a pesar de sus detractores.
Parte de los males de la democracia se lo debemos a él; parte de los "bienes", también.
Rubén Atahuichi es periodista.
El factor Evo Morales
❮
❯