Un año de gobierno, ¿qué evaluar?


En unos cuantos días más el Gobierno nacional habrá cumplido su primer año de gestión y su desempeño será sometido al escrutinio público. Es parte de los rituales implícitamente convenidos entre los diversos actores que interactúan en el marco de las dinámicas de la comunicación política, precisamente porque se trata de un momento que involucra de forma preponderante las percepciones de la opinión pública. Con seguridad, estas percepciones serán variadas, tendrán enfoques distintos y, en no pocos casos, se forjarán con arreglo a intereses políticos. ¿Cómo es entonces que se puede evaluar a un gobierno sin caer en generalidades ni tropezar en algunos de los lugares comunes que se han adueñado de la discursividad política nuestra?

Por un lado, con la mirada concreta, se puede pensar en una evaluación estrictamente de gestión con base en algunos elementos que acumulados permiten referenciar el mandato que se le otorga a un gobierno nacional: a) la popularidad (imagen) del gobernante, b) la confianza en su equipo de trabajo (gabinete) y c) el desempeño de la gestión sobre todo respecto a los problemas que importan a la ciudadanía. Es posible que una buena parte de la opinión pública perciba —estudios de opinión solo en ciudades del eje central de por medio— que la imagen del Presidente ha disminuido en su aprobación en general. La sensación sí parece unánime aunque aún no aparece como certeza demoledora. Luego, muchas de las percepciones en torno al equipo del Presidente apuntarán a la idea de que este gabinete no goza de buena ni mala imagen simplemente porque para uno u otro, primero corresponde tener una imagen, una referencia, una existencia simbólica y precisamente de ello adolece con claridad este grupo, salvando unas excepciones que caben en algunos dedos. Para el remate, han sido también múltiples estudios de opinión que coinciden al dar cuenta de que entre las principales preocupaciones de la población se encuentran la salud y la economía. Al respecto, con algunos matices de por medio, se puede hablar de un gobierno que en cuanto gestión ha volcado bastantes fichas en estos dos temas, algunas veces con mejor resultado que otras pero de ninguna manera con desatención u olvido.

Por el otro, mirando más a fondo, se puede recurrir a evaluar el estado o la salud del sistema político y social. Ahí, existen otros elementos de mayor índole política que permiten meridianamente establecer un panorama: a) liderazgo, b) iniciativa y gestión política y c) horizonte de país. Evaluándolo desde ahí, no faltaran los diagnósticos menos auspiciosos, que identifican debilidad en el liderazgo, gestión política (inadecuadamente) reactiva y ausencia de visibilidad (o fortaleza) del proyecto estatal.

Es claro. Aunque las motivaciones de la mayoría de la población en 2020 para haber votado por el MAS fueron —por el particular contexto— especialmente diversas, también es cierto que tampoco se restringieron a la sola salida de un momento transitorio en el que reinaba la incertidumbre y la anomia institucional. ¿Qué buscaba la gente entonces? Y, en consecuencia, ¿bajo qué parámetros se puede medir hasta hoy el éxito de la gestión de este gobierno?

Se trata de expectativas distintas distribuidas a lo largo y ancho de este diverso y complejo país. Lo cierto es que a medida que avancen las evaluaciones en términos de años, el Gobierno nacional no aprobará la materia resolviendo solamente lo que se encuentra en la superficie o a la vuelta de la esquina, así sea de forma eficaz. Mucho menos si proviene del mismo gobierno la continua apelación, en clave de afrenta, a las pendientes situaciones-herida cuya resolución supera por mucho, en tiempo y acción, incluso a la gestión pública mejor evaluada.

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.