¿Cuánto odio cabe en un país?


A la pregunta, algunas posibles respuestas: "Dependerá del tamaño del país", puede responder alguien. «Depende de la densidad y peso del odio", podrá aventurar otro. "Una cantidad igual a la de corazones en los que anide", es otra posible respuesta piadosa.

Estas y otras opciones, vinculadas a la espacialidad, la volumetría y la capacidad de "contener" la emoción citada, serían válidas si realmente la pregunta fuera orientada a satisfacer la curiosidad científico – teórica. Pero mi interés va por el lado de cuáles son los límites tolerables de odio en un país, antes que esta emoción afecte, irremediablemente, a su propia existencia.

Mi respuesta a la pregunta sería más o menos así: un país puede generar y acumular odio sólo hasta llegar al límite en el que decide aniquilarse a sí mismo.

En Bolivia –ya desde hace algunos años–, el odio campea en las redes sociales, las calles, los karaokes, las reuniones familiares y hasta en los púlpitos. Una oposición política, vacía de propuestas, liderazgos, soluciones y posibilidades de llegar al poder democráticamente, ha transformado la promoción del odio (y el miedo) en su nuevo ideario y método político. Y tristemente cuenta con el entusiasta apoyo de no pocos bolivianos bien intencionados.

Nutridas marchas ciudadanas, amigables parrilladas, altisonantes comités cívicos y nuevos cruzados libertarios nos dicen que odian la whipala, odian a los migrantes que les quitan "sus" tierras, odian el abuso de una ignorante mayoría, odian a los comunistas, odian la ideología de género, odian a la informalidad económica que no paga impuestos y odian y odian y siguen odiando.

Analicemos, entonces, un poco este odio.

El odio, según el pensador indio Bhagavan Das, es uno de los dos deseos/emociones básicas del ser humano. Es el "deseo de separarnos del objeto que causa dolor". Y entonces surge la pregunta ¿Cuál es el objeto que causa dolor y al que odian tanto muchos bolivianos?

Escarbando en esos fenómenos/sujetos de odio, finalmente, encontramos un hilo conductor, un objeto que causa el dolor y el rechazo en tanta gente: odian la realidad profunda de Bolivia.

La realidad de una diversidad finalmente aceptada. La realidad del atraso y el hambre aún no superados. La realidad de una sociedad que busca caminos y horizontes sociales diferentes al que los odiadores prefieren. La realidad de una mayoría despreciada que se expresa en las urnas y conquista el poder estatal.

Tristemente, el objeto que le causa dolor y al que odian muchos bolivianos, es la mismísima Bolivia. La de las mayorías. Y todos sabemos que el odio sólo conduce a un proceso de separación cada vez más profunda e irreconciliable.

Pero más allá de la política, más allá de los apasionamientos y las posiciones, casi todas ellas legítimas, las brasas del odio siguen ardientes y amenazan con incendiar todo, pasando por encima a las mismas ideologías. Porque el odio, una vez sembrado y desencadenado, se transforma rápidamente en violencia, en exceso y en enfrentamiento ciego y sin rostro.

El odio que cabe en un país es entonces igual a la capacidad que tiene éste para procesarlo antes de que se vuelva deseo de aniquilación de lo o los odiados. Y en este peligroso tránsito, no valdrán los juegos psicológicos internos ni los retóricos públicos para justificar los odios. Y, jugando a los refranes, podríamos decir que "Aunque el odio se vista de libertad, odio se queda".

Irresponsablemente, la oposición política sigue promoviendo, ciegamente, el odio y continúa jugando al bombero pirómano, pero con la casa de todos nosotros.

Algunos apuntes para reflexionar:

1.- Recientes estudios de la Universidad de Yale demuestran que, a cuenta mayor indignación moral (variante atenuada del odio) nos exponemos en redes sociales, mayor es el nivel de nuestras propias expresiones de indignación y más propensos somos a movilizarnos en contra del objeto rechazado, generando una verdadera espiral de odio.

2.- En una sociedad cada vez más conectada digitalmente, todos nos volvemos propagandistas gratuitos y semi – inconscientes, de algo o de alguien. Pero cuando somos "anti" algo o "anti" alguien, lo que promovemos es sólo rechazo y distanciamiento social. ¿Podemos culpar sólo a los políticos de la polarización y la fractura social?

3.- Las nuevas tecnologías de análisis masivo de perfiles psicológicos, de construcción artificial de ambientes de indignación social, de movilización descentrada vía redes sociales y de bloqueo sistemático del pensamiento crítico y auto crítico en las sociedades, ya se han constituido en objetos de preocupación en diferentes países y de regulación por parte de algunos Estados. ¿Quiénes los usan preferentemente? Adivine: los neo populismos de derecha.

Manuel Mercado Gordillo es especialista y asesor en comunicación política.