Anualmente, el lunes más cercano a la celebración de Santa Teresa de Jesús (15 de octubre) se celebra el Día de las Escritoras. Una conmemoración -me cuenta Wikipedia- iniciada en España hace pocos años "para recuperar el legado de las mujeres escritoras, hacer visible su trabajo en la literatura y combatir la discriminación que han sufrido a lo largo de la historia".
Independientemente de que parece una justa reparación, la creación de esa fecha pone mis pupilas en blanco. Pensé que el protocolo actual obligaba a rechazar cualquier festejo que supusiera ignorar que la mujer fue, es y será víctima. Si el Día de la Mujer no estamos para que nos agasajen, por qué habrían de estarlo en su día aquellas que durante siglos han tenido que mantener su talento con los versos y las prosas bajo la alfombra. En fin.
Este octubre de literatas, el Premio Planeta -el mejor dotado de las letras en todo el mundo (un milloncito de euros)- le fue otorgado a la novelista Carmen Mola. Lo que causó gran revuelo, no porque el thriller histórico "La bestia" (por el que se entregó el galardón) no lo mereciera, sino porque Mola no existe. Es decir, tal vez sí existe pero no es la autora de ese y otros libros que reciben el denominativo de superventas y que este año provocaron el entusiasmo del jurado español.
Resulta que este fenómeno editorial reciente, que forma parte de una trilogía que lleva capturando miles de lectores desde hace unos cuatro años, ha sido escrito por tres hombres que han utilizado el seudónimo femenino como una "feroz artimaña".
Las voces que esta semana se alzan vienen con reclamos claros: cómo premiar a tres varones con "incipientes carreras como escritores" que logran un éxito a partir de un ardid como ese. Además -protestan los artífices de las formas-, estos machos habrían cometido errores que rayan en la ofensa, pues describen a su protagonista femenina con rasgos inanes y estereotipados. La razón –dicen-, es que al ser hombres no conocen lo que está bajo nuestra epidermis. Y sí, con ese criterio, Kafka se habría visto limitado en su relato íntimo como escarabajo.
Pero lo que en verdad sobrecoge, es el cambio repentino de percepción frente a lo odioso. Hasta hace unas décadas las mujeres debían sortear los obstáculos que se les ponían en el reconocimiento de su trabajo, lo que incluía claro, la actividad literaria. De ahí que escritoras como la británica Emily Brontë, cuyo título más importante fue publicado bajo un seudónimo masculino, hayan tenido que observar su conquista desde la clandestinidad.
Uno supondría que utilizar nombres masculinos para explotar una obra tenía un trasfondo comprensible: las editoriales no apostaban por las autoras y había que publicar de algún modo. Pero ahora que estos tres caballeros hacen lo inverso, se los acusa por abusar de un espacio (¿privilegiado?) destinado a otras. ¿Será entonces que las mujeres hemos logrado finalmente un lugar codiciado –por lo menos en la literatura- que comienza a hacer necesaria la usurpación por parte de hombres que ahora sienten que si no se travisten, no hay logros? Si es así, el Día de las Escritoras deberá, de aquí en adelante, festejarse con bombos, platillos y fanfarrias.
Quedan, sin embargo, algunos activistas sin auténtica fe en las mujeres, que como siempre, necesitan mostrar su condescendencia sobre ellas. Bajo el eslogan "para que los señores no lo ocupen todo", una librería –autodenominada "no sexista"- dejó de vender los libros de Carmen Mola al enterarse que detrás del pseudónimo no había una fémina. Y para hacer más visible su impostada molestia, crearon un TikTok (mientras más mediática la causa, más moral…) en el que se ve cómo guardan esos libros malditos en una caja que queda lista para su devolución. Un episodio tan gracioso (que no sorprendente) como el que exhibió otra librería días antes, al expulsar de su catálogo a Pérez-Reverte, que en un osado y hasta temerario ejercicio de libertad de expresión, llamó al recién estrenado James Bond, un "moñas" (afeminado).
Este falso debate –uno más de a los que nos tienen sometidos últimamente- parece ser tan solo un ejemplo de escritores que juegan con sus lectores. Aunque los ha habido quienes han cedido sus nombres a otros más urgidos de reconocimiento. Que han regalado sus letras por amor, como el personaje ficticio Cyrano de Bergerac. O han usado el nombre de algún desconocido, como lo hizo Dalton Trumbo, novelista y guionista norteamericano quien, perseguido por el macarthismo, tuvo que hacerse de seudónimos en sus guiones. Y es que los seudónimos no hacen a la pluma. Como tampoco el sexo al escritor. Hay joyas y bodrios sin distinción.
Me pregunto con qué lente habrían analizado los enmarañados críticos literarios de corte feminista, la trayectoria del personaje masculino de la novela The Wife, que gana el Premio Nobel de Literatura por una obra enteramente escrita en secreto por su esposa. Porque estas cosas también pasan. No siempre claro, no pensarán ustedes que detrás de la columna de opinión firmada por mi esposo estoy yo, ¿verdad? ¿O sí?
Daniela Murialdo es abogada
De Cyrano de Bergerac a Carmen Mola
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