En dos de nuestros principales países vecinos, se han iniciado hace muy poco nuevos procesos políticos que inéditamente, a pocas semanas de su despliegue, han merecido ya un cúmulo de críticas, cuestionamientos y posiciones que, con mucha claridad, apuntalan precozmente su fracaso. Hago referencia a la Convención Constitucional en Chile y al nuevo gobierno en Perú, respectivamente. El periodo de "luna de miel" con el que tradicionalmente se benefician los nuevos gobiernos, suele constituirse en un acumulado de, cuando menos, algunos meses en los que la guardia de la afrenta política se pone baja y el nuevo gobierno está en la capacidad de desplegar expeditamente sus propuestas para irse dando a conocer en tanto su estilo gubernamental. Aunque no se trata de procesos similares, de alguna manera esta tregua política podría ser trasladada a lo que es un proceso constituyente debido a que su emergencia también es resultado del voto popular. Es llamativo que en el caso de los procesos políticos que afrontan nuestros mencionados vecinos en este momento, eso no esté ocurriendo. Sin duda, mucho de ello tiene que ver con las oposiciones a las que se enfrentan. Por un lado un gobierno en Chile que ha mostrado poca y errática predisposición al desarrollo de la Convención y, por el otro, en Perú, una suerte de aceleración del rechazo parlamentario y la judicialización de figuras claves del gabinete del nuevo Presidente. Es claro que ello responde al hecho de que Chile y Perú son dos países que aún mantienen en pie las estructuras de poder fáctico que muchas veces están por encima del poder político. Por lo tanto, la construcción de relatos y narrativas en torno a lo que, en sus propios sistemas de opinión pública, denominan como la "terruquización" y "mapuchización" (ambos, con connotaciones distintas) de sus procesos, ha estado a la orden del día. Ahora, si bien es cierto que muchos de los sentidos comunes que han solventado la emergencia y construcción de proyectos nacionales las décadas pasadas en el marco de lo que se conoce como Socialismo del Siglo XXI aún siguen en pie y — más aún— son insumos discursivos plenamente vigentes dentro de la disputa cultural continental y global; también es cierto que si bien es importante encontrar los puntos de encuentro entre los distintos procesos que atraviesa cada país, pareciera ser más relevante aún ponerle énfasis a aquellos que los diferencia. Y esta es una llamada de atención sobre todo para las diversas izquierdas del continente y las tomas de posesión a las que a veces las circunstancias les obligan. El éxito de cada proceso político dependerá en buena parte de los recursos de poder con los que se cuente para afrontarlo. En ese sentido, una primera y no menor diferencia puede partir de establecer con claridad a aquellos procesos políticos que son consecuencia de transformaciones al interior de las sociedades (que suelen llevar años, si no décadas) o aquellos que son producto, más bien, de reacciones políticas circunstanciales. Ahí parece radicar una diferencia nada menor entre lo que ocurre en Chile respecto a lo que pasa en Perú y, se corroborará hacia adelante, en el destino y duración de sus respectivos procesos políticos. Además de este escenario, en los siguientes 14 meses seremos testigos de cambios de gobierno en Chile, Brasil y Colombia. Y, con ello, una vez más, del devenir de un eterno dilema histórico de las izquierdas: la convergencia o la divergencia. Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka. *La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva de la autora y no representa necesariamente la posición oficial de La Ventana
Difíciles arranques, precoces desgastes
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