A 196 años de la independencia debemos admitir que la lucha y el valor de los héroes no alcanzó a iluminar suficientemente el camino de la construcción nacional. 300 años de dominación colonial nos dejaron un lastre enorme que aún hoy no logramos superar: El racismo excluyó de esa construcción a la inmensa mayoría indígena. El centralismo dejó sin gobierno a las regiones consolidando su exclusión geográfica. El extractivismo y la expoliación de nuestras materias primas nos privó de los recursos para el desarrollo autónomo y, finalmente, el despotismo de los "conquistadores" nos hizo herederos de una "cultura" autoritaria incapaz de construir instituciones sólidas en torno al estado de derecho.
Heredamos un país de pocos hacendados y muchísimos pongos, de 4 o 5 caseríos denominados ciudades, rodeados de grandes latifundios en un territorio nacional abandonado, y de bocaminas que amasaron fortunas siderales a costa de la miseria de los mitayos y la depredación de nuestra riqueza. Con el 80% de su población y su territorio excluidos, con sus recursos a merced de la voracidad internacional y con una democracia falsa y señorial, la suerte del país no era promisoria.
Por eso es bueno hoy valorizar, junto a la recuperación de la democracia contemporánea, al menos dos esfuerzos históricos que realizó el país más allá de sus fracasos para superar el lastre colonial. La revolución del 52 que terminó con la esclavitud indígena, que otorgó el voto y la ciudadanía a campesinos y mujeres y que intentó devolverle al país el patrimonio de sus minas. Y el ascenso del MAS el año 2006 con las banderas de la plurinacionalidad, de la soberanía sobre el gas, la defensa de la madre naturaleza y el protagonismo popular para una institucionalidad ampliatoria de derechos.
La distancia mayor de 1952 nos permite juicios más certeros sobre sus méritos y falencias, a diferencia de la corta distancia de una década y media de la insurgencia masista que casi nos impide hoy valorar sus logros y precisar sus fracasos, especialmente por el dogmatismo acrítico de sus apologistas, y por la miopía de sus detractores. Peor si unos y otros hoy reducen las perspectivas históricas a una estéril y superficial polaridad entre fraude y golpe, que no sólo distorsiona absolutamente los hechos de la historia última, sino que la castra de la necesaria proyección que el país requiere con urgencia.
Es probable que los gobernantes y dirigentes del MAS, como en su momento los del MNR, hayan malogrado la acumulación histórica que los situó en la cresta del ascenso popular, tanto que hoy está en discusión si el estado plurinacional planteando está agotado o si se trata sólo de un estancamiento reversible a partir de la renovación de sus liderazgos y propuestas. Y es evidente que, agotamiento o no, las fuerzas democráticas contrarias no encuentran aún ningún rumbo cierto para formular, así sea inicialmente, otros y nuevos componentes de una propuesta estatal distinta que no nos retorne al neoliberalismo fracasado, pero que nos permita superar el estatismo y el autoritarismo corrupto del intento masista.
Por eso este 6 de agosto, mirando la proximidad del bicentenario y ratificando lo imprescindible de la democracia recuperada el 10 de octubre de 1982, el esfuerzo de todos debería centrarse en retomar las 4 construcciones esenciales que nos permitan superar definitivamente las fallas "geológicas" coloniales de nuestro nacimiento hace casi 200 años: La construcción plurinacional, la autonómica, la productiva y la construcción del estado de derecho democrático.
La construcción plurinacional, como eje transversal, radica en la articulación estatal democrática, dialogada, de nuestros distintos pueblos y culturas, especialmente de sus dos grandes vertientes, la indígena originaria y la occidental. La plurinacionalidad es la convivencia armónica entre distintos pueblos y culturas que conforman el país a partir de relaciones de igualdad superando cualquier subordinación. Es un valor esencial de nuestra diversidad y un concepto estatal de gran contenido estructurante que no lo inventó el MAS. Que se revindicó primero en tierras altas desde los 70` con el manifiesto de Tiwanaku, seguido en los 90` por los pueblos de tierras bajas con la marcha por la dignidad y el territorio y continuada luego en la vida democrática hasta plasmarse en la Constitución, inicialmente en 1994 y 2004 y plenamente en 2009. Construcción plurinacional significa pluralismo, interculturalidad, respeto al otro y mutua alimentación de valores diferentes que acaben la exclusión de unos y de otros en un país de iguales y de todos.
La construcción autonómica, supone la construcción de gobierno, deliberación, democracia, productividad y desarrollo, en cada una de las regiones, departamentos, municipios y autonomías indígenas, como condición para construir nuestro país como espacio unido, vertebrado y ocupado social, económica y políticamente por su población. Se trata del gobierno propio y de la administración de los intereses colectivos en cada lugar organizado del territorio nacional, articulando descentralización y democratización para acabar con el centralismo autoritario. La construcción de una Bolivia autonómica apareja un rediseño estatal territorial que debe iniciarse en un gran pacto fiscal que, diagnosticadas nuestras falencias y desigualdades, redefina la utilización descentralizada de los recursos, sus fuentes de financiamiento y las competencias, potenciando municipios, gobernaciones y autonomías indígenas. Sólo así avanzaremos en una estrategia geopolítica de equidad territorial, ocupación geográfica integral y soberanía nacional.
La construcción productiva, tiene que iniciarse con un paulatino pero decidido abandono del extractivismo primario exportador de claro raigambre colonial, que selló la explotación indígena y el saqueo de nuestros recursos. La verdadera defensa de la madre naturaleza y el medio ambiente requiere el cambio radical, aunque gradual, de la matriz productiva para una industrialización nacional de base ancha, especializando al país en determinadas tecnologías, en economías agrícolas orgánicas y en las que desplieguen nuestras vocaciones culturales, turísticas, gastronómicas y artesanales.
La construcción del estado de derecho, es la tarea siempre pendiente de la institucionalidad que garantice libertad y dignidad individual y colectiva frente al gobierno y al estado que deben cumplir leyes, respetar derechos y promover bienestar. La reforma estructural de la justicia es el primer paso que ya no admite demora para terminar con su bochornosa dependencia, para acabar con la persecución judicial, pero además con la burocracia, la corrupción, la inseguridad ciudadana y el violentismo de una sociedad machista y adultista. La independencia real de los poderes, el respeto a la soberanía del voto, los límites infranqueables de la ley al poder, y el servicio público como razón principal de la representación y la política, sólo podrán construirse en su integralidad a partir de un órgano judicial reconstituido con jueces idóneos e independientes.
Las grandes potencialidades del país sólo podrán ser desatadas en renovados escenarios de concertación que hoy los gobernantes deben construir abandonando el autoritarismo y la intolerancia, pero que serán útiles solo si los opositores concurren con visiones más trascendentes que la sola negociación de lo avanzado o la nostalgia del viejo país que no debe retornar.
Hoy, a 196 años de la independencia, necesitamos que los lideres actuales logren alzar la vista para perfilar el horizonte. De lo contrario habrá que reemplazarlos porque el bicentenario próximo no nos puede encontrar entrampados entre quienes mutuamente se descalifican como "tiranuelos masistas" y "derechistas vende patrias" que siguen ignorando las potencialidades del país que, pese a todo, después de casi 200 años sigue de pie y tiene camino por delante.
Juan Del Granado fue Alcalde de la ciudad de La Paz
6 de agosto, de cara al Bicentenario
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