En los debates de fines del siglo XX, desde la comunicación política se solía poner especial énfasis en algunas funciones ampliadas que se les asignaba a los medios de información como actores en el espacio público. El objetivo consistía en llevar la discusión más allá de las tradicionales funciones sociales de los medios ligadas a la información y el entretenimiento, ya que entonces su incidencia política era más bien solo una sospecha. Así se hablaba, entre otras, de las funciones que cumplían mediante la selección, jerarquización y representación de la realidad a través de la información periodística que entregaban a la sociedad.
Estas discusiones permitieron entender claramente la existencia de una "delegación" a los actores mediáticos de facultades ciudadanas necesarias para el conocimiento y comprensión de su realidad local y global. Así, durante muchas décadas el encargo del tratamiento periodístico para consumo masivo se encontraba en las manos (por no decir bajo el monopolio) de las empresas mediáticas y sus profesionales en información.
La tecnología ha permitido la "recuperación" de esta facultad delegada para muchos de los sectores y poblaciones que han ido cayendo en cuenta que la producción informativa que emana del conglomerado mediático no los (re)presenta en tanto sus vivencias, aspiraciones y demandas. Y esto se ha materializado a través de la figura del prosumidor (productor y consumidor), cuya existencia ha permitido que cada persona o comunidad genere y difunda su propio contenido informativo renunciando parcial o totalmente a la intermediación de los medios para este fin.
Además de que la posibilidad de autorrepresentación informativa, discursiva y mediática ha sido facilitada por la tecnología, la misma ha llegado también para hacerse cargo, parcialmente por ahora, de otras funciones que antes estaban delegadas exclusivamente al periodismo: las de selección y jerarquización noticiosa. Qué otra cosa es sino el dato evidente de que las nuevas generaciones basan buena parte de su consumo noticioso mediadas por las redes sociodigitales y sus algoritmos cuyos criterios de presentación de contenidos ante el usuario responden a criterios comerciales de perfilamiento antes que a los periodísticos.
Así las cosas, consciente de sus múltiples crisis el periodismo en los últimos años ha encontrado su razón de ser en este tiempo en la recuperación de funciones que no le son nuevas pero que se muestran urgentes ante los cambiantes escenarios, entre éstas se encuentran las de contextualización y verificación de los hechos. De estas nuevas necesidades es de donde vuelve fuertemente a la palestra el periodismo de investigación, nace el de datos, se fortalece la búsqueda de otros formatos. Y ante la masificación y posibilidad de viralización de la desinformación, nacen las verificadoras.
¿Qué pasa entonces cuando estas renovadas/ recuperadas funciones que el periodismo necesita para reubicarse en la sociedad atraviesan situaciones que merman su credibilidad como fue el caso de Bolivia Verifica la pasada semana? Por lo inédito de esta situación, sus efectos debieran escudriñarse —preliminarmente aún— en su alcance sectorial. ¿Hasta dónde tendrá que gestionarse la ciudadanía su propia información en tanto producción y consumo? Si a título de periodismo ciudadano, nuevos medios digitales y a nombre de alfabetización mediática se va a continuar "devolviendo" a la ciudadanía sus facultades de seleccionar, jerarquizar, contextualizar, verificar y representarse informativamente por sí sola, cuánto tiempo aún queda para que resuene la pregunta que ya tanto asedia globalmente a los conglomerados mediáticos tradicionales: ¿para qué los necesitamos?
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka
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