Apesar de las múltiples promesas de campaña que apuntaban a que necesitamos una urgente reconciliación social, desde que se retomó el rumbo institucional del país hemos sido más bien testigos de la recuperación de la polarizante pugna política pendiente en torno a los hechos de fines de 2019. Rápido quienes —sin matices— trabajan continuamente en la instalación de relatos absolutos como son los de Fraude o Golpe de Estado, han vuelto a echar a andar las maquinarias. La política es así y como en varias otras latitudes actualmente su desarrollo depende en buena parte de la construcción de relatos y narrativas que buscan establecer (pos)verdades útiles a los fines políticos, en el país eso lo hemos aprendido en carne propia este último par de años.
Lo traigo a colación porque de alguna manera esto puede hacernos entender que el no haber logrado construir de forma colectiva, en todo un año de pandemia, un relato que haga entender a una buena parte de la ciudadanía cuál es la ruta para salir de esto, es algo que no se ha hecho por simple falta de voluntad. El plan implica una fórmula que es medianamente simple: a mayor cuidado y gente vacunada, menor riesgo ante la pandemia y, por tanto, mayor posibilidad de poner en funcionamiento la maquinaria socioeconómica y más pronta recuperación del país. Ese relato, con todas sus complejidades científicas, no pega y peor aún: no se lo ve.
Es verdad que a esta altura una pandemia no va a poder reconstruir confianza entre ciudadanos para que milagrosamente avancemos de manera aunada hacia un mismo objetivo. Pero cuando pienso en otro tipo de desastres naturales o situaciones país que anteriormente nos llevaron a activar el trabajo en conjunto, pienso en campañas que integraron a quienes son el corazón de nuestra sociedad y tanto han sufrido este tiempo: nuestros artistas. O incluso en quienes, por fuera del hipermediatizado y frustrante fútbol siempre le regalan alegrías al país: nuestros deportistas en otras áreas. En otros tiempos, estos actores sociales se juntaban a grabar spots o canciones sin recibir un peso a cambio y éstas eran transmitidas por medios de comunicación bajo convenios en los que una buena parte tampoco cobraban por ello. Los mensajes pegaban: estamos juntos en esto. Y que no se confunda, no se le pide a los artistas y deportistas que tomen la batuta y den más de todo lo que han dado durante esta pandemia, sino bien pedir a las autoridades que en vez de promover las alcancías solidarias y las morenadas en plaza pública como "política" comunicacional cultural de Estado, identifiquen mejor las necesidades colectivas urgentes y sean creativas.
Es cierto que no existe gobierno que no esté siendo golpeado en su imagen debido a esta pandemia. Y también es cierto que con todas las falencias que conocemos, no somos el país que peor la está gestionando. Pero si una lo piensa, a lo largo de toda la pandemia no existe absolutamente nada en términos comunicacionales, en ningún nivel ni instancia, que sea digno de ser recordado: no se puede identificar una plataforma a la que se le haya dado relevancia (no hay novedad de uso), no existe pieza que al menos convoque la atención (no hay creatividad), ni se identifica ningún personaje o guion que promueva el uso de barbijo o la vacunación (no se relata nada). Peor aún, constatamos que si algo está calando y avanza a paso firme en nuestra sociedad es, más bien, la desinformación. Y más inquietante aún: no se destaca con claridad que ninguna institución ni ningún gobernante —de oficialismo u oposición— haya vuelto su causa política la instalación de la narrativa de que la batalla contra la pandemia solo podrá ser librada si la mayoría avanza en conjunto y de la mano de la ciencia. En esta causa sí: como si en ella se nos pudiera ir la vida.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka
La narrativa que no se ha instalado
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