Ningún presente puede prescindir del pasado, el hecho político está en qué tipo de pasado, qué narrativa del pasado le interesa a quienes necesitan arroparse de aureolas para presentarse en el presente.
Utilizando los medios de comunicación público y privado, acudiendo al miedo con un fuerte acento racial, han forzado la narrativa que busca modificar negativamente en el imaginario colectivo la imagen del líder indígena, los cocaleros y el bloqueo, ese es el presente impuesto y sobre ese imaginario negativo circula la línea discursiva mediática colonial.
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Las voces que enarbolan la realidad del nuevo presente no prescinden del título que les antecede, son los "ex", esa condición les habilita a analizar, criticar, recomendar o instruir. Los "ex" en el momento que son parte del pasado, el pasado fue grandioso, el liderazgo del indígena sindical cocalero representaba el tiempo de la revolución; fue grandioso porque fueron parte de él, ahora en otra vereda enuncian con la misma efusión sobre el pasado, imponen su diferencia: el que lideró ese pasado glorioso ahora es anacrónico, no tiene la grandeza del pasado y es más, hoy está aliado a los enemigos de los que representan el presente glorioso.
Otros van más allá, mientras lo veían como el paraguas que les daba el bienestar, que les daba la oportunidad de estar más allá de sus colegas mortales, lo consideraban el presidente; sin más consideración ideológica, para ellos era el líder, hoy como ya no les puede dar la sombra y el confort que necesitan, desde su mirada colonial y los privilegios que les da el presente, lo califican como el responsable de las violaciones constitucionales, de las muertes, y los excompañeros del otrora líder asienten con la cabeza o con el silencio cómplice.
Lo llamativo es que todos hablan en nombre del Estado Plurinacional, del proceso de cambio y que es tiempo de salvar la revolución democrática cultural de su principal enemigo: el líder cocalero y de los cocaleros bloqueadores.
Unos dicen que es el tiempo de las primarias, otros de los profesionales, otros de los jóvenes, otros dicen que los caudillos ya no existen, otros afirman que son tiempos modernos y los dirigentes y bloqueadores son cosa del pasado; otros, con mayor efusión y en la pasarela mediática, reiteran que la grandeza del otrora timonel está en abandonar el tren de la historia porque se volvió obsoleto para timonear la esperanza.
Los eruditos que apenas mojaron la punta de sus dedos en las aguas de una tina, hoy son las voces que hablan y conocen las temperaturas de las turbulentas aguas de los océanos; no solo dan consejos, dan órdenes, pero en la lógica de la temperatura liberal republicana, no así en la sensación térmica de lo indígena, campesino, orgánico, sindical y territorialmente organizado; leen la política a partir de los votos y no así de los sueños, deseos, ilusiones, identidades de hombres y mujeres que huelen, transpiran a tierra, que no deciden como ciudadanos individualizados, sino como pueblos organizados, esa es su condición de sujeto, es en la deliberación que se decide colectivamente el quehacer y las formas, la responsabilidad es orgánica, ahí está el sentido descolonizado de la política.
El pasado que constituyó el presente, formalmente se lee a partir de los resultados electorales, pero la esencia de los resultados no está en los números de votos, sino en la apropiación identitaria de la democracia, es decir, los actores sindicalmente organizados no se desenvuelven por los códigos liberales, sino por el despliegue orgánico, territorial, con la convicción de disputar el triunfo.
Pero, cierta izquierda que no comprende la descolonización política dentro el Estado Plurinacional, cree militantemente que la política circula en el mundo urbano y público, que sus formas de manifestación son electorales, partidarias o frentistas, por ello su razonamiento es electoral, su andar está en ganar electores, a ello se debe la estrategia comunicacional que es profundamente ideológica: invalidar al sujeto sindical campesino, sancionar ética y políticamente la movilización social, descalificar la demanda, ese acto significa condenar el pasado que dio origen a este presente, mostrarlo como negativo y antidemocrático.
Parafraseando un tango que nombra el poeta uruguayo Benedetti: "la vergüenza de haber sido/ y el dolor de ya no ser". Hoy esos versos podrían ser un retrato de cierta izquierda clasemediera, señorial, esa que se encoge a la primera lluvia y reniega de su pasado: no hay que tener vergüenza de haber sido y para no sentir el dolor de ya no ser, lo mejor es seguir siendo militante de izquierda y anticolonial.
(*) César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda
La vergüenza de haber sido
Las voces que enarbolan la realidad del nuevo presente no prescinden del título que les antecede, son los 'ex'
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