CELAC: integración en la adversidad
Adalid Contreras Baspineiro
A pesar de su histórica transcendencia, la VII Cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe), ha tenido insuficiente repercusión en las declaraciones de la clase política y moderada dedicación en las coberturas mediáticas y sociodigitales. Esta afirmación, más que una crítica, reconoce una realidad en la que todavía viven los procesos de integración, que no figuran en las cotidianeidades políticas porque se realizan en dinámicas hacia afuera de los países, con la intervención especializada de élites garantes de las relaciones internacionales.
La importancia de la VII Cumbre Celac, además de transparentar las corrientes que sustentan los distintos gobiernos y de haberse enriquecido con el retorno del Brasil, radica en tres razones: su vigencia fortalecida como expresión regional, su dinamismo en un contexto de polarización, y la propuesta de acciones concertadas para encarar la postpandemia.
Su vigencia como expresión regional se asienta en una característica propia de los ciclos integracionistas de la geoeconomía y la geoestrategia, que apuestan por conformar sistemas intergubernamentales entre naciones soberanas. El ciclo anterior, de la geopolítica, se caracterizaba por la conformación de una arquitectura supranacional, como es el caso de la Unión Europea y de la Comunidad Andina – CAN, para constituir una comunidad a la que cada país le cede un pedacito de su soberanía, impulsando comunalidades o propósitos y acciones comunes. En cualquier caso, los esquemas de integración afrontan dos desafíos: el fortalecimiento de sus países miembros con acciones concertadas de beneficio común y el enfrentamiento conjunto de las vulnerabilidades externas.
Celac se define como un mecanismo intergubernamental de integración regional que busca proyectar una agenda global con acciones de concertación, unidad y diálogo político. Esta configuración no se define tanto en su característica de región geográfica, aunque ciertamente lo es, sino especialmente por ser producto de la articulación de países en un particular "regionalismo". Veamos la diferencia, región es una unidad territorial, en tanto regionalismo es una unidad política basada en la coordinación y cooperación de ideas, identidades, ideologías, proyectos comunes e institucionalidades entre países, con ventajas comparativas por sus interdependencias económicas, políticas, sociales y culturales de largo plazo. O sea que la vigencia de la Celac no depende solamente de la vecindad de sus países miembros, sino fundamentalmente de su voluntad política por constituirse en un proyecto continental con destinos comunes.
El Foro Económico Mundial o Reunión anual de Davos, cuya 52ª versión, con el lema "Cooperación en un mundo fragmentado", realizada días antes de la Cumbre de la Celac, denota la combinación de una visión pesimista sobre la situación mundial y una visión de riesgo "policrisis". La visión pesimista destaca factores como la disminución del crecimiento económico, la previsión de una recesión mundial, el aumento del costo de vida con sus consecuentes tensiones (geo)políticas y de crisis social, así como una creciente fragmentación económica mundial. La policrisis es entendida como la articulación negativa entre cambio climático, estanflación y polarización, que caracterizarían a las políticas nacionales y regionales. Además de estos factores, en las exposiciones de los países en la Cumbre Celac, pesan fuertemente hechos políticos que canalizan la polarización en distintas formas de desestabilización.
Es en este contexto, y en los ensayos de recuperación que encaran los países, donde se tiene que entender la relevancia que tiene la VII Cumbre Celac, cuyo documento conclusivo: "Declaración de Buenos Aires", contiene 111 puntos. Un conjunto de conclusiones tiene que ver con el fortalecimiento de la identidad integracionista, como el compromiso con una integración en la diversidad, la defensa de la democracia rechazando las pretensiones de interrupción de los órdenes constitucionales, la profundización de consensos y cohesión en temas de interés común, y la consolidación de la región como zona de paz.
En el plano de las reivindicaciones internacionales están la cooperación efectiva con apego a las legislaciones nacionales en la lucha mundial contra las drogas, el cumplimiento oportuno del compromiso de financiación de acciones contra el cambio climático, mejores condiciones financieras para el impulso de iniciativas de desarrollo productivo y transformación, un sistema de comercio internacional más justo, el rechazo a las listas y certificaciones internacionales, poner fin al bloqueo a Cuba y reivindicar la soberanía de las islas Malvinas.
También hay un grupo de conclusiones referidas a compromisos de trabajo compartido: la recuperación económica sostenible, desarrollo tecnológico, programas interinstitucionales para la reducción de la pobreza y la desigualdad, la promoción y protección de los derechos humanos, garantizar estrategias de seguridad y soberanía alimentaria y energética, estrategias sanitarias coordinadas, propuestas de desarrollo productivo con inclusión social, cooperación en materia ambiental, y acciones concertadas para la superación de la brecha de género.
Por lo general las Cumbres integracionistas culminan en un listado pasible de ser leído como un cúmulo de buenos propósitos. Se tiene que saber aprehender en ellos las tendencias que los sustentan y el contexto en el que se formulan, porque son acumulados de conquistas en procesos lentos, de largo aliento, que se tienen que seguir construyendo con la certeza de que la integración es el camino para fortalecer Estados democráticos, avanzar en la superación de asimetrías con proyectos compartidos y afrontar juntos las vulnerabilidades externas. La Celac avanza, pasito a paso.
CELAC: integración en la adversidad
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